Cartas desde la Venezuela Virtual N° 3, por Andrea Garrido V

Abr 11, 2025

Cartas desde la Venezuela Virtual, un proyecto de la Fundación Código Venezuela, es una nueva ocasión –e ilusión– para conectar contigo, querida diáspora venezolana. Hoy te escribe Andrea Garrido V, Gerente de Marketing y Comunidades de nuestra fundación, comunicadora y defensora de Derechos Humanos.

Las líneas que siguen, son de sus logros y lágrimas, desde su corazón.

 

«Ser migrante es aprender a dejar ir una y otra vez. Eso escribía hace más de un año a los pocos meses de llegar a España. Sigue siendo una realidad: hay que dejar ir.

Nadie se va de su hogar, su país, amigos, de su vida, sin la certeza de que la vida en otro lado va a ser mejor. La cosa es que en el destino cuesta habituarse a lo nuevo y efectivamente lograr que esa vida sea mejor a la que dejamos.

Yo lo sé, yo lo viví.

Recuerdo como si fuera ayer ese nudo en la garganta en Maiquetía, con los abrazos de mis padres y de mis suegros impresos en mi cuerpo. Seguro tú también recuerdas ese día, esas despedidas, las dudas de si los volverías a ver pronto, ¿a los abuelos vivos? Quién sabe. Dejamos muchos corazones rotos, nos trajimos los nuestros arrugaditos de dolor.

Me vine con mi esposo y mis morochos (mellizos), que tenían dos años recién cumplidos. Ha sido un viaje largo hacia la calma, que duró casi dos años. ¿Cuánto ha durado el tuyo? Para todos la calma puede ser distinta, pero para mí ha sido llegar a tener la estabilidad que buscábamos: piso, residencia legal, colegio, trabajos.

Hace casi exactamente un año celebré mi cumpleaños más triste: sola con los morochos, en una ciudad al norte de Barcelona, lejos de mi esposo, sin ningún chance de ver a mis amigos, soplando las velas en el sótano de la casa mientras mi familia cantaba cumpleaños feliz desde una pantalla, mi esposo triste, esperando un tren en Atocha.

Pero me decidí a escribirte porque este año tuve la gran bendición de celebrar mi cumpleaños rodeada de amigos, con familiares, con mi esposo y los morochos, además de mis padres en la pantalla, desafinando y cantando a destiempo: “Cumpleaaaañooos feeeeliiiiiizzz”.

Ver hacia atrás desde el presente, buen ejercicio… Se sufre pero se goza, como decía mi abuelo.

Sé que tú y yo somos desconocidos, pero nos parecemos en todas esas cosas que la migración iguala. Y quiero contarte un poco lo que nos pasó, con la esperanza de que tengas la certeza de que puedes lograr tus metas, de que acá los sueños sí se pueden construir.

¿Ya alquilaste tu primer piso o casa? ¿Lograste comprar? Nosotros pensábamos alquilar al llegar, pero a pesar de tener “con qué”, no teníamos todo el papeleo que piden las inmobiliarias. Es desesperante. Sabíamos que iba a ser difícil, pero no vimos esa verdad completa antes de dejar Venezuela.

Se acababa el mes de plazo que nos dieron los amigos que nos recibieron.

Nunca quisimos estorbar a nadie.

Nunca quisimos quedar en la calle. Menos con dos bebés.

La mejor opción para la seguridad de los cuatro fue entrar en “el sistema”. ¿Qué significó esto? Cuatro mudanzas en un año, tres ciudades, mientras convivimos con gente de todo el mundo, con sus costumbres y culturas para mí ajenas. Siete meses en una habitación para cuatro, cinco meses en una para tres.

Apenas tuvimos el permiso de trabajo, mi esposo salió de ese pueblito playero de la Costa Brava, a Madrid: a buscar trabajo y a buscar piso. Yo quedé sola con los morochos, en nuestro primer invierno, a hora y cuarto en tren de la amiga más cercana.

Gracias a Dios y muchos otros factores, mi esposo tuvo la fortuna inesperada de encontrar trabajo en su profesión en apenas dos semanas. Se mudó a hora y media de Madrid a casa de unos amigos y así empezó todo el esfuerzo para tener el tiempo de contrato indefinido que pedían las agencias de alquiler y el dinero para resguardar los ahorros.

Y yo seguí, dándolo todo por el todo, sola con los morochos, en una habitación de Pineda de Mar, manteniendo a distancia mi trabajo venezolano. Luego otra mudanza, otra ciudad, el tiempo pasaba.

Fue en el piso del baño donde hacía las reuniones de trabajo, allí donde con mucho miedo a que los morochos se levantaran de la siesta, cerré mi primer cliente español. Qué orgullo, qué felicidad, qué trabajón y qué acumulación de trasnocho para cumplir con todo. Terminé ahí mi primer invierno y recibí otras dos temporadas.

Fue duro, durísimo, pero también aprendí mucho. Me reconstruí desde dentro, remodelé la casa que soy dejando intactos los cimientos familiares y caraqueños. Ahora tengo nuevas ventanas por donde entra más luz, tengo un piso más amable, más cálido, de buena madera en vez de cerámica. Soy más flexible, más blanda, menos definitiva.

Al tener más estabilidad y más tiempo comencé de nuevo a buscar empleo fijo, ahora en serio. Quizás en la ola de rechazos que implica (normalmente) encontrar trabajo, también te has cuestionado si eres capaz, si el compromiso y el esfuerzo serán suficientes. Me pasó por meses.

Hoy te quiero decir lo que me decía a mí misma en esa época: tu mejor esfuerzo es suficiente.

Ocúpate en darlo todo, en hacerlo lo mejor posible. Ya verás cómo se van cumpliendo tus sueños. Ya migraste porque eres valiente, así que a seguir adelante con planificación y un paso a la vez hasta conseguirlo todo. Esa oferta perfecta para ti va a llegar, continúa, sé paciente.

Hoy te escribo desde el salón de mi casa, trabajando en una silla cómoda y sobre un mantel de florecitas que abrazan la primavera. Me sonríen las orquídeas moradas que me regaló mi esposo en mi cumpleaños: “por los nuevos comienzos, amor”. Son iguales a las que me regaló hace más de 12 años en Caracas cuando éramos novios, y que ahora disfrutan del Ávila desde el balcón de mis padres.

Ahora sueño más con lo que me traerán los próximos años (ver más a menudo a mis padres, ¿crucero por el Mediterráneo?). Sigo disfrutando de las hermosas bondades de España, de los múltiples acentos, los paseos al sol en calles amplias con una arquitectura preciosa, ver a la gente tomando cerveza a las 10:00 am y a los niños jugar sin miedo en cualquier parque hasta las 10:00 «de la tarde».

Disfruto las pequeñas y grandes cosas: los paseos a pie, los embutidos, la tortilla de patatas; el internet veloz, no preocuparme por si van a funcionar o no los servicios básicos, la fabulosa señalización del metro de Madrid. Disfruto enormemente los museos, las bibliotecas, ver que mis hijos aprenden de Dalí y Mondrian a tan corta edad; caminar tranquila, salir a pasear con los niños sin miedo, ir escuchando un podcast mientras hago la compra con anaqueles llenos. Quedar con amigos de hace media vida, a cualquier hora; tomar mucho vino, reir de nuevo a carcajadas, trabajar sin miedo.

Amo Caracas, extraño el Ávila, amo Madrid.

Todo esto para recordarte(me) que sí se puede, sí puedes.

Sigue adelante, con el paso firme y decidido que heredamos de nuestros más grandes héroes.

No te rindas, llora con ganas, sigue adelante.

Mañana amanecerá más bonito, ya verás que cada día ese nudo en la garganta se desvanece y se va quedando en Maiquetía, o en el sitio de donde saliste.

Abraza las pequeñas y grandes victorias, felicítate por que has logrado, mira todo lo que has avanzado.

Ser migrante es aprender a dejar ir, porque con las manos llenas del pasado nunca podremos recibir lo que nos trae el presente ni lo que nos espera en el futuro.

Suelta, abraza los nuevos comienzos. No te rindas.

Con cariño,

Andrea

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